El sol te despertó y te levantaste más temprano de lo usual.
Mientras bebías tu café, pasaron por tu mente y como si estuvieran desfilando, varios momentos de tu vida. Todos esos recuerdos se grabaron en ti con un nombre de alguien que quisiste. Sonreíste. A pesar de tu edad, tu memoria estaba intacta.
Incluso luego de traer a tu mente uno de esos episodios que te hicieron reír hasta llorar: volviste a vivirlo, nítido, casi real. Tus ojos cansados se iluminaron por unos segundos… Eran los episodios como destellos de tus 80 años revisados por ti en esa mañana de sábado.
El día avanzó y tus hijos comenzaron a llegar, junto a ellos tus nietos, bisnietos, otros integrantes de la familia y algunos pocos amigos que aún vivían.
Era tu cumpleaños, celebraban tu vida y tú celebrabas la vida de quienes te habían acompañado.
Fueron muchos los abrazos, las palabras amorosas se multiplicaron y tu corazón se alegró de recibir tanto cariño en una sola tarde. Hubo risas; hubo relatos de historias en común; hubo incluso lágrimas al recordar a más de alguno que ya no estaba. Un lazo invisible los tocó y los entrelazó. La Ecuación de Dirac, se materializaba frente a ti.
En medio de la celebración y cómo si fuera esta tu última oportunidad, sentiste el impulso de enseñarles lo que habías aprendido hace más de 3 décadas. Una inquietud venía persiguiéndote hace un tiempo. Habías observado que varios de tus hijos y algunos nietos avanzaban poniendo su atención en lo que no permanecía, descuidando sus afectos, sus amistades y aún sus vínculos más preciados. Reconociste en ellos y en sus desafíos lo que tú también habías experimentado décadas antes. Entonces, quisiste ahorrarles tristezas. Quisiste ahorrarles drama.
Pero recordaste que, al igual que tú, debían recorrer su propio camino, caerse, perderse, para quizás llegar a ésta misma conclusión o a otra…
Tú habías aprendido la importancia de las relaciones. A veces con llanto y otras con risas habías registrado lo vital de la compañía de un otro. Las palabras de tu amigo, el psicólogo y escritor Alejandro de Barbieri resonaron en ti:
“Vivimos en el vértigo y desde el vértigo. Siempre vamos hacia el próximo cambio vertiginoso que vendrá. Lo relevante de esto es que este “modo vertiginoso” de vivir conspira contra el tiempo necesario para construir vínculos, o sea, para gestar encuentro”.
Sus palabras se habían transformado en las tuyas y tu consigna de vida se repetía en tu cabeza, al ritmo de un rezo:
“Sólo nos llevamos de este plano:
- Lo que aprendemos.
- Lo que legamos en otros.
- Y los vínculos que cultivamos.”
Mientras pensabas en todo esto, tu hija trajo la torta con las velas encendidas. A la cuenta de tres y cuando ibas a soplar tus 80, sentiste una luz sobre tus ojos, comenzaba a amanecer y tu despertabas de lo que había sido sólo un sueño.
Suspiraste.
Te alivió pensar que con 30 años menos aún podías hacer algunos ajustes en la forma en que estabas viviendo. Fuiste por tu café y susurraste:
“aún es tiempo de vivir.”